
Analía Gadé: la rival de Mirtha Legrand
El impulso que la “condenó”, el desnudo que se volvió una obsesión y los amores que nacieron en el set
La actriz, que en su adolescencia escapó del colegio de monjas para cumplir un sueño, construyó una carrera entre la Argentina y España y murió en 2019, víctima de un cáncer
PARA LA NACIONGuillermo Courau

Elena, la madre superiora del Colegio del Carmen sentenció dramáticamente: “Su hija no podrá seguir en este colegio porque ha caído en brazos de la hoguera”. Para Don Fermín Gorostiza, papá de María Esther y de Carlos, la noticia fue como un baldazo de agua fría, que veía incierto el futuro de su hija, hasta ese momento pupila. ¿Qué había hecho de terrible la quinceañera nacida en Córdoba para ofender de tal manera a Dios y a la institución católica? Perseguir un sueño en forma de concurso de Estudios San Miguel para participar en una película: “Me había escapado del colegio de monjas en el que estudiaba, en la Capital Federal. Llevaba falda larga, medias negras y sombrerito, sin que faltaran mis trencitas y mi flequillo”. Iba a nacer Analía Gadé.

Lo que hoy se llamaría casting, en aquel entonces era una selección de chicas, de entre 15 y 18 años, para participar de la película La serpiente de cascabel, de Carlos Schlieper: “A él le interesó mi cara -cuando la futura actriz llegó ya se había cerrado la lista de postulantes-, me incluyó entre las postulantes y finalmente, fui una de las ganadoras. En el concurso quise anotarme por un impulso, tonterías de chiquilina. En verdad, por ese tiempo, yo quería seguir Filosofía y Letras, mi ilusión era ser profesora de Historia Antigua. La vocación actoral vino más tarde”. Entre las aspirantes a estrellas, de poca experiencia y demasiada ilusión, se encontraban también María Aurelia Bisutti (como Aurelia Bisu), Ana María Castro -futura madre de Andrea del Boca- y, con apenas un poquito más de recorrido, Susana Campos.
Terminado el rodaje llegó el momento de hablar de los créditos. Y aunque María Esther aparecería al final, en pelotón y letra chica, el tema la obsesionó por varias semanas. Dicen que la solución vino de unir el nombre de la chica que la cuidaba de pequeña, “Ana”, más el de sus chocolates preferidos: los Godet.

El protagonista de La serpiente de cascabel era Juan Carlos Thorry. Poco y nada hablaron durante aquel primer rodaje juntos. Los rumores de amoríos del actor, a espaldas de su esposa María “Pepy” Zubarry (hermana de Olga), le resultaban sumamente desagradables. Sin embargo, el destino se encargó de que se reencontraran años después, ya adultos, ya enamorados.
Desnuda con Joan Manuel Serrat
Analía Gadé se casó con Juan Carlos Thorry en 1951; ella tenía 19 y él 43. Ambos eran estrellas, ambos eran queridos, ambos eran figuras destacadas. Y así fueron pasando los años y los proyectos para Analía: La rubia Mireya (1948), El morocho del Abasto (1950), Nacha Regules (1950), Don Fulgencio (1950), Especialista en señoras (1951, también con Thorry), Qué noche de casamiento (1953), entre muchas otras, todo producto de aquel primer encuentro con la fama, que no hizo más que sembrar la semilla de un talento enorme y latente.
Y así llegó la mitad de la década del 50, y la posibilidad para el matrimonio Thorry-Gadé de probar suerte en España. La versión oficial fue una necesidad de ampliar horizontes, sin embargo sotto voce se contaba un lado B.
A partir de la presión de Raul Apold -subsecretario de Prensa y Difusión de Juan Domingo Perón-, Juan Carlos había sido la estrella más destacada del flamante Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Con la Revolución Libertadora en el poder, en 1955, el actor habría pasado a integrar una lista de la que no le interesaba formar parte, porque no era cierta su supuesta adhesión al gobierno derrocado. El viaje a España habría sido su forma de tomar distancia.
“Éramos tres -recordaba Analía-: Juan Carlos, Esteban Serrador y yo. Debutamos con la obra de mi hermano (Carlos Gorostiza), El reloj de Baltasar. Cuando llegué a España, no me gustó nada Madrid. Mi padre, que era vasco, me había hablado tan bien, pero a mí no me gustó. Con el tiempo me enamoré de España. Además, tuve mucho éxito. Yo pensaba que no les iba a gustar porque era muy delgada, estirada, sin las ‘redondeces’ que estaban de moda entonces. No era ese tipo de mujer”. Sin embargo llegó, gustó y triunfó.
El éxito se tradujo, no solo en más ofertas de teatro, sino también en la posibilidad de hacer cine. Analía Gadé en figura del cine español, y su belleza la llevó a recibir y aceptar papeles más jugados, donde no faltaron los desnudos, a pesar de la rigurosidad de entonces. Uno de los más recordados, Mi profesora particular (1972), por su belleza, y por estar acompañada por un joven galán llamado Joan Manuel Serrat.
“Durante el franquismo hice desnudos que, si hoy los miras, dan risa. No se ve nada -recordaba en una entrevista para Perfil-. Cuando comenzó el destape, me ofrecieron muchos papeles, pero no acepté porque no se cuidaba a las actrices, era una cosa espantosa. Además, se desnudaban todas, así que yo decidí taparme. Hubo una excepción, una historia que hacía años quería hacer, Cartas de amor de una monja, sobre la relación entre una monja portuguesa del siglo XVII, la madre Mariana, de 40 y tantos, y un sacerdote, que protagonizó Alfredo Alcón. Como había mucho desnudo y en el ’78 ya tenía mis años, acepté tener una doble que elegí yo misma. ¿Y qué pasó? Al final, hice todas las escenas. No podía negarme. Hasta cuando tuve que afeitarme y me decían que me iba a picar mucho, cuando tenía que tomar sol desnuda en el tejado de un convento y no querían que me arriesgara. A la pobre doble no la dejé hacer ni un solo plano. No podía, no podía, vivía pensando en el personaje. Me obsesioné. Ella era tan creyente, pero se enamoró y eso pudo con todo, hasta que muere. Así se acabaron mis desnudos”.
El amor tiene cara de mujer
Lo que también se acabó para Analía Gadé fue su matrimonio con Juan Carlos Thorry: “Todas las cosas se acaban, incluidos los sentimientos. A mí me parece que si se acaba todo, y tenemos que seguir viviendo, hay que tratar de que las cosas terminen bien, no mal. Tuve la gran suerte de que mi matrimonio con Juan Carlos finalizó de una manera positiva. Se diluyó el amor de pareja, la pasión, pero quedó una amistad muy profunda, y el hecho feliz de haber compartido muchos años de nuestra existencia. Claro que por ahí estarán rondando siempre los recuerdos, pero son recuerdos bonitos. Cierta gente opina que es un espanto casarse joven. No lo creo. Yo me casé muy joven, a los 19 años, pero eso no tuvo nada que ver con la separación. Se había cumplido una etapa de su vida y, también, de la mía. Para mí es hermoso encontrar un tipo tan estupendo como él, con quien aprendí infinidad de cosas”.
Si España le cerró a Juan Carlos Thorry, se la abrió a Fernando Fernán Gómez. Los actores se conocieron en el set de Viaje de novios (1956), de León Klimovsky, y con el tiempo los proyectos se alinearon con el corazón. El español se convirtió, si no en el único, en el otro gran amor de la estrella argentina. “Fue un ser muy importante en mi vida. Un hombre con un gran sentido del humor, sagaz, zumbón, capaz de observaciones increíbles. Una vez alguien dijo que los españoles no solían ir al diván de los psicoanalistas. Él respondió: ‘¿Para qué? En Madrid no nos analizamos porque para eso existen los curas y el café Gijón’. Al principio pensé que era una de las tantas opiniones locas de él, pero luego me di cuenta de que era una definición genial”.
La dupla fue la responsable de La vida por delante (1958), primer gran éxito de Fernando Fernán Gómez en su triple condición de protagonista, guionista y director. “Como actor y director, Fernando ha sido para mí un maestro sensacional”. Dos hombres clave en el espectáculo de su país, que tuvieron un denominador común: una estrella igualmente brillante a su lado. Una estrella tan fulgurante como fugaz.
La rival de Mirtha Legrand
Los regresos de Analía Gadé a nuestro país fueron esporádicos, y por temas profesionales puntuales más allá, lógicamente, de los afectos personales. Uno de los más llamativos ocurrió en 1979, cuando la actriz fue convocada para realizar en canal 13, un programa que buscaba capitalizar el éxito de Almorzando con Mirtha Legrand. Fue tan llamativa la propuesta como la aceptación. Así comenzó En casa de Analía, con un formato distendido y de presencias polifacéticas, aunadas en la figura de una incómoda Gadé.
El proyecto apenas arañó una primera temporada, con números poco alentadores. Nadie la pasó bien haciéndolo, ni siquiera su conductora, que se quejaba en una nota de Para Tí: “Lo pasé realmente muy mal. En general, yo nunca estoy contenta con lo que hago, pero también entiendo que lo que vine a hacer no tenía nada que ver con mi profesión de actriz, aunque me gustaba mucho hacerlo. A eso súmale que venía de estar demasiado tiempo fuera del país y necesitaba apoyo, necesitaba un respaldo que no tuve. En este tipo de programa hay que improvisar cuando se sale al aire, pero cuando también toda la preparación anterior es improvisada, sobreviene el caos”. Probablemente, la estrella se refería a la falta de información de contexto que le acercaban para que pudiera llevar las entrevista, lo que redundaba en una incomodidad de su parte que traspasaba la pantalla, provocando el mismo efecto en el televidente.

Cine en España, teatro en Buenos Aires, o viceversa. El corazón de Analía Gadé se mantuvo partido entre su patria madre y la Madre Patria. A pesar de ello, siempre encontraba una excusa para volver, aunque fuera por un ratito. De todos esos proyectos que iban y venían, que acumulaba en cajones de su escritorio soñando con hacerlos realidad, uno de los más cercanos a su corazón era Afectos compartidos, obra que el dramaturgo Carlos Funaro, le había dado especialmente. Aquella historia de dos viejas amigas que se encuentran después de muchos años, era para Analía la posibilidad de conectar con alguien que había sido parte de su vida desde aquella primera selección adolescente: Susana Campos.
Y Analía trató, y trató. Susana estaba feliz, ella estaba feliz. Pero el destino se empecinó en llevarles la contra, cuando en 2004, selló el fallecimiento de la actriz: “Teníamos muchas cosas en común en la obra. Yo quería hacerla con ella, pero Susana me contestó: ‘Ahora no puedo, estoy haciendo Brujas, pero si me esperas, cuando acabe, la hacemos’. Luego de terminada fue a Madrid a ver a su hija, que es ahijada mía, y yo estaba muy feliz de poder hacerla con ella. Después pasó lo que pasó, y ya no pudo ser”.

Dos años después, Gadé pudo estrenarla junto a Nati Mistral. Pero la repentina muerte de su amiga, también la conectó con su propia finitud. Porque unos pocos años antes, Analía Gadé había tenido su primer ACV.
“El primer ataque fue en el año 2000, mientras actuaba en Las mujeres sabias, de Moliere, en España. Seguí trabajando, porque fue un episodio nomás. Después, la noche del estreno de Dulce pájaro de juventud tuve otro ataque, reposé unos días y volví. Yo tuve suerte y puse mucho de mí para curarme. Le agradecí a Dios cuando pensaba que no iba a amanecer al día siguiente. Hace cinco años que no prendo un cigarrillo. Hay gente que sufrió lo mismo que yo y quedó muy mal, con problemas motrices o de la cabeza. Pero a mí no me quedaron secuelas”.
Analía Gadé murió el 18 de mayo de 2019 en Madrid, víctima de cáncer. Se fue con el estatus de estrella que siempre soñó, rodeada de sueños, de amigos, de recuerdos. Sin pareja, es cierto, ella que tanto había amado en la pantalla grande. Pero ¿qué importa?, si vivió como quiso, con la misma convicción y perseverancia de la primera vez.
“Es cierto, vivo sola, pero sin vivir en soledad. Lleno mis horas con el cariño de los amigos, de los familiares, con una profesión que me encanta. Tengo un montón de razones por las cuales vivir. Si uno se rodea de cosas positivas se vive bien. Esto no significa que sea una mujer muy segura, aunque lo parezca. Tengo muchos miedos y más de una vez me siento desprotegida. Lo que no me preocupa es la edad, la digo por coquetería. Porque estoy muy bien, sin haberme tocado nada. Si alguna vez necesito un ‘lifting’ me lo haré, pero hasta ahora me siento de maravillas. Por supuesto que no estoy como a los 20 años, sé que soy otra mujer, con facetas diferentes, aunque me parece que igual de bellas. La edad hay que asumirla no tanto por los aspectos físicos, sino por los internos. Uno se hace mayor y se va enriqueciendo con otros elementos. En lo concerniente a los actores debemos aceptar el paso del tiempo y estar dispuestos a abordar otros papeles. Si no, quién va a hacer papeles de viejecitas. Anna Magnani decía: ‘¡Con el trabajo que me han costado estas arrugas!’. Y tenía razón”.
Por Guillermo Courau
Fuente: La Nación