Di Sarli, la voz de Titanes en el Ring

Rodolfo Di Sarli, el hombre de confianza de Martín Karadagián que redondeó la mística de Titanes en el ring

Dejó su carrera de locutor para dedicarse definitivamente al ciclo de lucha infantil; fue clave para que los chocolatines Jack llevaron los personajes del programa

PARA LA NACIONGuillermo Courau

Rodolfo Di Sarli
Rodolfo Di SarliX

Cada semana resonaba la misma frase: “Si no está Martín Karadagián, no es Titanes en el ring”. Y era cierto: sin el “armenio” nacido en San Telmo, nada de aquello habría sucedido. Sin embargo, el enunciado estaba incompleto. Porque sin Rodolfo Di Sarli tampoco hubiera habido Titanes; o tal vez sí, pero habrían estado muy lejos de la épica que los convirtió en inolvidables. Si entre relato y relato había inventado “La quebradura”, “El cortito”, y hasta fue el modelo para los muñequitos que venían en el chocolatín Jack. ¿Qué más se le podía pedir?

Di Sarli no era solamente un locutor bahiense, de voz madura y cascada, sino también el autor intelectual del programa. Como un director de orquesta manejaba cada detalle de la emisión con maestría. Jamás sobresalía por sobre su jefe y amigo (Karadagián tampoco se lo hubiera permitido), pero desde las sombras volvía aún más magnífico un programa que ya lo era.

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Comentaba Paulina Karadagián -hija de Martín y actual poseedora del manto sagrado de los Titanes– sobre el locutor: “Contaba lo que veía por el monitor de televisión. Ahí medía el timing de cada lucha. Le indicaba al personaje el momento de reponerse diciendo cosas como “¡Sígalo, sígalo!”, o “¡Vamos, reincorpórese!”. Automáticamente, el luchador sabía qué hacer. Y si no lo hacía, se lo repetía al referí, que también debía estar atento al relato. Rodolfo hacía creíble la fantasía que papá inventaba”. El recuerdo le da otra dimensión a aquella arenga que tanto disfrutábamos de chicos. Había un metamensaje detrás del “¡Cuente Señor Boo!”, que solamente entendía Rodolfo, pero que era crucial para completar la fantasía que ofrecía el programa.

El recuerdo presente de Paulina era avalado en pleno éxito del programa por su padre: “Yo soy muy desconfiado. A mí me gusta que critiquen lo que hago porque eso me enseña, pero al principio tenía desconfianza de las críticas. Tardé en darme cuenta de que cuando los sociólogos y los psicólogos estudian, analizan y después elogian a Titanes…, lo que hacen es interpretar lo que yo realmente quiero hacer, y darle una dimensión más profunda. Yo tragué mucha porquería de pibe y quedé marcado. A veces no quiero ni pensar en mí mismo, porque cuando uno escarba en uno mismo aparece escoria por todas partes. Y con el mundo pasa lo mismo. Cuando uno sube un escalón, el de abajo te envidia y el de arriba te tiene miedo, siempre hay miedo y desconfianza. Claro que hay gente en la que confío, en Rodolfo Di Sarli, por ejemplo, en él confío. Y también confiaba en mi vieja”.

Di Sarli no usaba máscara, no tenía músculos y al cuadrilátero lo veía desde lejos, pero en Titanes en el Ring fue un personaje en sí mismo, único e irrepetible. La pregunta es, ¿cuál fue la historia de la persona detrás del personaje?

El comentarista que no sabía de catch

Rodolfo Di Sarli nació en Bahía Blanca, el 26 de noviembre de 1920, apenas trece años después que su tío, el talentoso pianista y director de orquesta, Carlos Di Sarli. De muy joven se instaló en La Plata y comenzó bien temprano una carrera que, al decir del periodista Daniel Roncoli, lo llevó a ser “poeta, actor y locutor.

Se desempeñó en elencos de teatro independiente, en el Teatro Argentino y en la Dirección General de Bibliotecas. Animador y speaker, condujo carnavales, bailes populares y un programa célebre de Radio Provincia: Mañanitas camperas. Incursionó en la noche con la boite El Teclado. Fue locutor de Radio El Mundo y Radio Splendid y sufrió los rigores de la persecución política cuando la Revolución Libertadora le quitó el carné profesional, dada su afición al peronismo. Recuperó la habilitación cuando asumió Arturo Frondizi, pero pasó tres años difíciles. Fue la voz de la famosa publicidad de “Joven argentino, si tienes entre 18 y 25 años…“, y de las tandas de Canal 9, donde llegó a coconducir con Pedro Distéfano Pentagrama 9″.

Así transitaron sus primeros cuarenta años, una etapa lo suficientemente larga como para hacerle imaginar a cualquiera una vida sin mayores sorpresas. Hasta que llegó una, y bien grande.

“Yo había entrado a trabajar como locutor de Canal 9 en 1960, cuando se inauguró -le contaba Di Sarli a la revista La Maga-. Y de pura casualidad, en febrero de 1962 hice la locución del avance de un nuevo programa: Titanes en el Ring. Fue una casualidad, porque yo tendría que haber estado de vacaciones para esa época, pero un compañero me pidió que le cambiara la fecha, así que me fui en enero. Al mes me citó Martín Karadagián en el hall del canal y me ofreció ser el relator del programa. Yo me quedé frío. Le agradecí mucho y le dije que para mí era un halago que me lo propusiera, pero que yo de lucha no conocía nada. Él solamente me preguntó si me animaba. Yo le respondí que más que animarme era un deber que tenía, porque era mi profesión. Así que esa misma tarde me llevó al gimnasio donde entrenaban los luchadores para presentármelos, y al mes debutamos”.

Ante el desconcierto del relator, frente a un deporte que no conocía en lo absoluto, acudió a su rescate Héctor Oscar Brea (William Boo, para el resto del mundo), otro amigo, luchador y ladero de Karadagián, que también tuvo mucho que ver con la mística de titanes. El árbitro le prestó un libro de lucha que explicaba un centenar de tomas. Rodolfo no solo lo estudió, sino que también le brindó una impronta propia, aggiornando los nombres técnicos al público infantil. Así nació, entre otros, “El cortito”, castigo preferido del Gran Martín, que no era más que el clásico golpe de antebrazo. Rodolfo atesoró el libro hasta el último día de su vida.

No fue su único aporte, también convenció a Karadagián para que incluyera personajes históricos y mitológicos, un recurso que le dio mucha popularidad al programa. “En aquella época la televisión tenía más contenido cultural, y personajes como Rómulo y Remo, el Cíclope, Julio César o Nerón cumplían una doble función: la de entretener y educar al mismo tiempo”.

Incluso fue el artífice de la momia blanca más recordada. No la mediática de Oscar Demelli, -que prefería el estudio de Crónica al ring-, sino la de Juan Manuel Figueroa, como siempre destacó el luchador: “Fue todo gracias a él, que le dijo a Martín que me diera una oportunidad. Karadagián había tenido una disputa con Enrique Dos Santos, la momia anterior, y cuando se fue de la troupe Di Sarli sugirió mi nombre: ‘probá al pibe’. En ese momento yo tenía 24 años. Era un bocho total Rodolfo, la labia que tenía”.

Homenaje, reencuentro y recuerdos en 1997.
Homenaje, reencuentro y recuerdos en 1997.Archivo

La labia, la pasión, el decir, todos elementos sin los cuales las luchas no hubieran sido las mismas. Y también, entre arenga y arenga, la tarea de sosegar al campeón de campeones, que era un formidable empresario pero también un luchador con muy pocas pulgas: “Habíamos traído a Primo Carnera, el campeón mundial italiano de box, para que luchara con Martín. El Luna Park estaba repleto. Karadagián le avisó a Carnera que tenía que ‘ir abajo’, o sea, dejarse ganar. Primo le dijo que no podía, que no le podía hacer eso a la colectividad italiana que lo iba a estar apoyando. Martín se enfureció e hizo llamar a Tobías, que iba a ser el árbitro del combate, y le dijo: ‘Con este vamos a hacer una lucha grande: 20 minutos de espectáculo y después me cantás ‘pistola’. Esa era la forma en que se llamaba a la lucha ‘derecha’, es decir, con golpes reales. ¡Para qué! Pasaron los 20 minutos y Carnera le tiró una trompada que, si le pegaba, lo mataba; Martín la esquivó, lo trabó y le aplicó ‘la mortal’, que era una llave de estrangulación. Yo tenía miedo de que lo matara. Tuvieron que entrar cinco personas para separarlos. Después de eso, Carnera estuvo internado dos días”.

Rodolfo Di Sarli con Martín Karadagián y el Polaco Goyeneche
Rodolfo Di Sarli con Martín Karadagián y el Polaco GoyenecheX

El hombre de confianza

Pasada la sorpresa por esa rareza llamada Titanes en el ring, quedó claro que Martín y su troupe no eran un fenómeno pasajero. Así fue que en la segunda mitad de la década del 60 llegó la oportunidad para Rodolfo Di Sarli de involucrarse más allá del micrófono: “Hasta 1967 seguía haciendo locución para el canal, pero ese año Martín me pidió que me hiciera cargo de su oficina, que fuera una especie de secretario general del ciclo. Me dijo que me iba a duplicar el sueldo y a darme una participación de las ganancias de Titanes… A partir de ese momento me fui a trabajar full time con él. Era el administrador, el productor, el manager. Era el hombre de confianza de Martín. Le daba una mano para que todo saliera a la perfección. Yo me encargaba de conseguir las empresas con las que trabajábamos, y lo hacía muy bien”.

Tanto así que cerró uno de los negocios más recordados de Titanes, el de los chocolatines Jack de Felfort. De forma tan peculiar, que al momento de diseñar el modelo de los muñequitos, como Martín estaba de viaje, fue Rodolfo quien posó para el fotógrafo que mandó Felipe Fort.

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Martín era muy jodido, muy estricto; pero tenía razón, siempre tenía razón. Así que había que cumplir con lo que él establecía, y lo hacía con mucho rigor. Karadagián, estando de buen genio, era sensacional, pero si no, te mataba. Era capaz de matarte. Con Martín éramos amigos. Yo podía opinar, podía contradecirlo. Era una excelente persona”. Y sin embargo, luego de una gira, en 1978, Di Sarli se peleó con su amigo y dio un paso al costado. Aunque por un tiempo nada más: “Tuve mis desencuentros con él, estuve alejado de Titanes hasta el 82 porque, estando en Mar del Plata, pasaron un par de cosas que a mí me afectaron. Así que decidí irme, ya que según dice mi mujer, soy muy jodido y suelo reaccionar de forma violenta. Pero después arreglamos las diferencias y volví”.

Regreso triunfal que marcó la última gran época de Titanes: la del Pibe 10, la del Diábolo, la de El hombre vegetal, la de El aldeano, la de Mr. Moto, todos personajes que quedaron en la historia por porte, por destreza, y por relato.

“Yo siempre viví en La Plata, y volvía de la Capital en ómnibus. A la semana del debut con Karadagián, los choferes no me querían cobrar más. Me decían: ‘No, Di Sarli, lo acabo de ver en la televisión. ¿Cómo le voy a cobrar?’”. Allí vivió y allí murió Rodolfo Di Sarli, el 23 de junio de 2001, a los 80 años, rodeado del verde de su chalet de Gonnet.

“El inmenso afecto que nos brindaba el público, la gratitud hacia nosotros, la forma en que la gente valoraba todo el esfuerzo que significaba hacer cada programa. Estar en Titanes en el Ring era muy gratificante. Yo lo quise mucho al programa, lo quise porque me dio todo”. Y él se lo devolvió con creces. La cuenta está saldada.

Por Guillermo Courau

Fuente: La Nación