Iris Láinez en el recuerdo

Fue una figura de los radioteatros, la voz de las mujeres en la TV de los 60 y una estrella hasta el final de sus días

Desde pequeña, cuando jugaba con sus hermanas, hasta sus últimos días, la actriz siempre priorizó a su familia, que la acompañó en cada etapa de su carrera

La Nación

Ala actriz le gustaba el mar. Sentarse frente a él, cerrar los ojos, y escucharlo en silencio. Decía que el sonido la transportaba al pasado, la hacía más feliz. Lo curioso es que su mente no se detenía en sus éxitos, en las cámaras, en los flashes, en la fama. No, si tenía que buscar en su interior los momentos más felices, aparecía su marido, su hijo, sus nietas. Iris Laínez, la inolvidable actriz, valoró a la familia por sobre todas las cosas. En el otoño de su vida, tanto como en su juventud.

“El recuerdo de la infancia más lindo que tengo es el de mis hermanas. Teníamos una casa muy grande, con siete dormitorios, pero éramos tres hermanas tan compañeras que, para estar juntas, dormíamos en el mismo cuarto. Por ese entonces yo quería ser maestra, entonces los ponía en fila y también los acomodaba como en un aula, para simular que era la maestra de todos”.

Por entonces, Iris se llamaba María Zulema Mas, y era otra chica de las tantas que jugaban por las calles de Barracas. Había nacido el 24 de enero de 1925 (las malas lenguas dirán 1922) así que, promediando la década del 30, su imaginación no llegaba ni siquiera a cruzar la calle, se conformaba con dar la vuelta a la manzana. Más tarde llegarían la natación y el básquet; la nena no paraba, era feliz haciendo siempre cosas nuevas.

El amor tiene cara de mujer: Delfy de Ortega, Iris Láinez Angélica López Gamio y Bárbara Mujica
El amor tiene cara de mujer: Delfy de Ortega, Iris Láinez Angélica López Gamio y Bárbara Mujica

Era evidente que tantos sueños tenían que hacerse realidad, no solo para la nena, sino también para sus compañeras. Todas acompañaban su mismo deseo, tanto que hasta se dieron el lujo de elegirle nombre: “Cuando me preguntan por alguna persona importante en mi vida, luego de mi familia, siempre me acuerdo de aquella compañera que confió en mí, tanto o más que yo misma. Ella siempre me decía que yo sería actriz, estaba tan convencida que hasta me eligió 15 seudónimos. Yo agarré la lista y elegí ‘Iris Láinez’ porque era más corto”. Claro que, por entonces, el futuro se terminaba cada vez que sonaba la campana de fin de recreo. Por más convicción que hubiera, no alcanzaba para convertir la fantasía en realidad. Hasta que un día, a los catorce años y por casualidad, la magia sucedió.

El amor tiene cara de Iris

El día que nació Iris Láinez, María Zulema estaba entre el público de la pujante Radio Stentor. Por entonces, segunda mitad de la década del 30, el auditorio de la radio, para 160 personas, se ubicaba en pleno centro de la ciudad: Avenida de Mayo y Florida. Entre el público, de curiosa, estaba la adolescente: “Ese día faltó la pareja de Eduardo Rudy -que participaba de un concurso- y me eligieron a mí, tuve la suerte de debutar encabezando. Ahí nació Iris, lanzándome a una profesión que se ve que me gustaba sin que me diera cuenta. Eso sí, desde siempre era muy payasa; en mi casa imitaba a Niní Marshall, alguien a la que siempre admiré”.

Pasó el tiempo e Iris Láinez comenzó a ser un nombre conocido en el rubro radioteatro, compartiendo escenas y micrófonos con estrellas del calibre de Oscar Casco o Susy Kent. Hasta que en 1957 la voz obtuvo un rostro televisivo, y la actriz pasó directo a la pantalla chica, al frente de un ciclo semanal de sugestivo título: ¿Qué dice una mujer cuando no habla? “A partir de cartas reales que recibíamos -recordaba la estrella en una entrevista con Carlos Ulanovsky-, yo, como una especie de consejera sentimental, introducía el tema del día a través de una puesta en escena. El problema era tratado y analizado antes por un equipo de especialistas, en el que no faltaban los psicólogos y los médicos. Claro que los problemas de la gente no eran como los de ahora. Tal vez eran un poco más suaves o simples, pero siempre más auténticos”. La puesta, que incluía la voz en off de Iris leyendo las cartas, gustó tanto que se mantuvo en el aire hasta 1962.

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La década del 60 fue muy fructífera para el teleteatro, pero un título fue responsable de marcar a toda una generación. Se llamó El amor tiene cara de mujer, y una de esas mujeres era Iris.

Escrito por Nené Cascallar, el programa comenzó por Canal 13 en abril de 1964. Además de la estrella estaban Delfy de Ortega, Angélica López Gamio, Bárbara Mujica, y una muy joven Evangelina Salazar. También de la mano de Cascallar, Iris debutó en 1966 en Cuatro mujeres para Adán, inevitable consecuencia del también inolvidable Cuatro hombres para Eva. En esta oportunidad, la actriz estaba acompañada de Norma Aleandro, Teresa Blasco y Erica Wallner. “Fue una época de la televisión que nunca se llegó a igualar”.

El amor tiene cara de mujer
El amor tiene cara de mujer

La popularidad

Reconocida, querida, famosa. El universo alrededor de Iris Láinez era tan infinito como su talento. Ella lo disfrutaba, sí, pero todavía estaba muy por debajo de sus afectos especiales, es decir, de su familia. Tanto que en pleno éxito televisivo, no dudó en poner con sus hermanas una boutique en Barrio Norte, donde atendía siempre que podía. Otra forma de estar cerca de su público. “Cuando se casó mi hijo, él y mi nuera, que es una hija más, me reemplazaron en las tareas que yo hacía -contaba en 1973, cuando había pasado el fragor novelesco-. Pero no puedo con mi genio, en las semanas que tengo pocos libretos para estudiar me voy al negocio para atender a las clientas. Es una actividad que me agrada mucho y además, me permite una distracción de mi trabajo. Las señoras me repiten que ‘no me perdonan’ que haya abandonado los horarios de la tarde en la televisión. Me halaga mucho que me extrañen y me sorprende que, a pesar del tiempo que hace que no actúo en ese horario, no se hayan ‘acostumbrado’. En fin, eso es una de las cosas lindas de la profesión. También me llama la atención que me cuente sus cosas como a una ‘señora’ y no como a una ‘actriz’”.

Y es que Iris nunca se dejó deslumbrar por las luces del espectáculo. Gran parte de su éxito es que siempre se mantuvo cerca de su público. Y eso se advertía y agradecía. Sucedió cuando dejó de hacer picos de rating y sobrevino algún que otro traspié, también cuando eligió para desarrollarse otros formatos, como el teatro o el cine. Y también, cuando un día anunció que dejaba Buenos Aires para radicarse en Mar del Plata. ¿Estrés? ¿Angustia? No, otra vez el amor por la familia.

Iris Láinez con un joven Carlos Rottemberg de 19 años
Iris Láinez con un joven Carlos Rottemberg de 19 añosGentileza Carlos Rottemberg

Fly Me To The Moon

Para entender la decisión que tomó Iris Láinez a finales de la década del 80, que le costó un importante contrato para encabezar una telenovela en Canal 9, es necesario un poco de contexto. Iris era todavía una actriz novel cuando conoció a Eddie Williams, que sería productor de ciclos como Odol PreguntaLa familia FalcónEl amor tiene cara de mujer o Sábados de la bondad. La pareja se enamoró, se casó, y sostuvo una unión inquebrantable. Tanto que, cuando él comenzó a tener problemas de corazón, ella no dudó y dejó el fragor de la capital para instalarse en Mar del Plata: “Viví todos los años de mi vida encerrada en un piso de Barrio Norte, en Buenos Aires, y a veces no sabía si llovía, si el día era hermoso. Ahora ocupo un departamento sencillito, en Mitre y Colón, me levanto muy temprano, salgo al balcón, miro la plaza que está enfrente, disfruto las cosas simples. Cada mañana le agradezco a Dios por haberme mandado aquí. Por este lugar malvendí todo, y no me importó. Mi idea era sentarme a tejer, a terminar mi vejez en paz, frente al mar, al que amo”.

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Sin embargo, las cosas no salieron tan así. Con la pasión a flor de piel, Iris Láinez comenzó a interiorizarse de la situación de su gremio en Mar del Plata, y decidió ponerse la lucha al hombro. Al frente de la filial local de la Asociación de Actores, empezó a brindarse a sus compañeros: “Hay muy buenos intérpretes, y no tienen muchas oportunidades para demostrar lo que valen. Algo logré que se avanzara, desde mi puesto de presidente, y voy a seguir golpeando puertas para que aquí se haga televisión, que no todo venga enlatado”. También comenzó a dar talleres de teatro, y hasta invirtió en un proyecto propio que nunca vio la luz: “Me costó un poco dejar de hacer televisión, pero finalmente me acostumbré. Con mi marido perdimos un departamento para invertir en un programa de TV que queríamos hacer acá. Grabamos el primer capítulo, pero a nadie le interesó. Es una lástima que no se haga televisión en Mar del Plata”.

Iris Láinez en Los árboles mueren de pie, en el Teatro Colón de Mar del Plata
Iris Láinez en Los árboles mueren de pie, en el Teatro Colón de Mar del PlataMAURO V. RIZZI

Los años pasaron, y aunque Iris más de una vez coqueteó con el retiro, siempre hubo un proyecto que la volvió a entusiasmar, fuera en la costa o en Buenos Aires. Al punto que con 84 años, en 2006, se dio el gusto de hacer dos obras de teatro en simultáneo: Los árboles mueren de pie y Filomena Marturano. Quizás también como una forma de despejar la cabeza por la pérdida de su compañero de vida, a mediados de 2004.

“Le tengo que dar gracias a Dios y a María, la Virgen, porque lo tuve todo. Tuve un excelente marido, un amoroso hijo, nietas encantadoras, una nuera que me cuida como si fuera mi hija. Y además de la familia, que para mí es lo más importante, tengo el amor del público. ¿Cómo me voy a quejar? No le tengo miedo a la muerte. Es más, si no fuera por los seres queridos que tengo aquí, mi hijo y mis nietas, sobre todo. Me iría muy feliz para reencontrarme con mi marido. Él me iba a ver a todas las funciones, su ausencia es un vacío muy grande”.

El reencuentro de Iris y Eddie -al compás de un tema de Frank Sinatra, al que tanto disfrutaban juntos- ocurrió la mañana del 13 de octubre de 2008. Preocupada porque no le atendía el teléfono, una de sus nietas se acercó hasta su casa, para encontrarla sin vida, como dormida. En paz.

“Nunca actué por plata solamente. La plata era lo último que me importaba a la hora de acordar un contrato. Yo me pasaba horas en un estudio y cuando salía no sabía si hacía frío o calor. Creo que el público espera de mí: disciplina, amor, respeto y autenticidad. Yo sabía que la gente nunca podría tolerar groserías ni golpes bajos ni estupideces. He sido muy cuidadosa de eso, siempre me interesaron los guiones. A mí, Dios me otorgó el don de ser actriz desde chiquita, y de ganar un concurso a los 14 años, cuando para los padres de esa generación actuar era un horror. Desde entonces me he entregado al público, lo he respetado y no le he fallado. Y ellos tampoco a mí”.

Por Guillermo Courau

Fuente: La Nación